jueves, 20 de junio de 2013

Alciturrianos

Santander, 1980. Un Renault 18 familiar de un color verde horroroso. 8 niños + 2 madres dentro. Sin cinturones, ni sillitas ni alzadores. Unos encima de otros, en filas, haciendo concursos para ver a quién de los que iban debajo se le marcaban más las rayas de los pantalones de pana de los que iban sentados encima de ellos. Jarreando para variar. Los cristales llenos de vaho. Todos gritando.  

Del cole a casa había al menos 45 minutos. No existía la autovía. Así cada día. Salvo los viernes. Los viernes era un día especial. Por alguna razón que aún desconozco, en cuanto bajábamos Tetuán, empezábamos a gritar todos como locos: "Queremos alciturrianos, queremos alciturrianos, queremos alciturrianos". Cada viernes.
Nuestras madres nos mandaban callar porque así no se podía conducir. Pero nosotros seguíamos. "Queremos alciturrianos, queremos alciturrianos". Casi siempre ganábamos. Es que éramos muchos. Mi madre se desviaba de la ruta y María se bajaba y entraba a comprar kilos de alciturrianos. Porque éramos muchos y nos gustaban demasiado. Y contábamos los que nos comíamos cada uno, no fuera a ser que alguno se pasara.  Así hasta llegar a casa, a dos carrillos. 

Justo antes de llegar, doblando la esquina, cambiaba la canción: "agua, por favor....agua por favor..." todos al mismo tiempo. Y es que los alciturrianos a saco después del cole y casi una hora de coche era demasiado. 
Luego nos hicimos mayores y una parte de fue de Santander pero seguíamos comiendo alciturrianos a kilos cuando nos reuníamos en verano. La señora de la tienda nos reconocía ( bueno, a mi madre) y siempre decía: ahhh sí...para la señora que tiene tantos hijos. Molaba. Hasta se los llevábamos a Madrid cuando íbamos en Navidad. Y llegamos incluso a ir a su casa a comprar cuando cerraron la tienda. Es que éramos adictos.

Pero luego cerraron y vimos y probamos copias chungas de otras pastelerías pero nada. No eran alciturrianos.
Hace unos días, bendito Facebook, me encuentro un contacto que pone Alciturrianos. ¡¡¡Y eran ellos !!!
Los confiteros. Han vuelto. O igual nunca se fueron pero yo no lo sabía.  Joe que alegría. Empecé a colgar en el muro de mis amigos en enlace y todos flipaban. 

Ni corta ni perezosa, hice un pedido por internet. 1 kilo de alciturrianos de los de toda la vida. Lloraba de alegría. Por lo buenos que están y por los recuerdos que me traen.
En 24 horas los tenía en casa,  mi pedido más una caja de regalo. Un súper detalle.

Os dejo una foto de tan deseable dulce y os animo a probarlo. Yo lo he encargado a través de www.caprichucos.com  pero si estáis en Santander los tienen en varios sitios, lo podéis ver en "Alciturrianos" en Facebook.


                        





Nota: Carletes, si lees ésto ¿aún quieres la Vespino Rossi?  ;)
          Lucía, a tí mejor no te digo nada...

miércoles, 12 de junio de 2013

La Pócima Mágica

¡Qué dura es la vida de una niña!  Sobre todo cuando, por culpa de un viaje, se perdió el día del reparto de la pócima mágica que hace que los niños y niñas de su clase lean mucho mejor que ella...

Me imagino que, al leer esto, estaréis  poniendo la misma cara de alucine que se me quedó a mí cuando mi hija se puso a llorar hace un par de días porque no podía leer al mismo ritmo que el resto de la clase.
¡ Ups !  Os cuento:

Mi hija está en P5 y este curso han comenzado a leer y escribir tanto en mayúsculas como minúsculas. Obviamente, no todos los niños van al mismo ritmo y, mientras que en la clase hay algunos que leen como el rayo, otros ( incluida ella), son lentos-lentísimos.
Pues bien, hay una razón para que ella lea así.

En el mes de abril, faltó unos días al colegio porque nos fuimos de viaje. Fatales fechas al parecer porque uno de esos días, un hada fue a la escuela y repartió entre los alumnos de P5 una fórmula mágica que les ayudaría a leer y escribir mucho más rápido y mejor. María se lo perdió. Y es un drama porque ese estupendo viaje es ahora un hecho del que no se quiere acordar ni por asomo. Ese viaje es el culpable de su lentitud. Es el culpable de que las letras de los libros se muevan solas y sea incapaz de concentrarse más de un minuto en la lectura. Vaya por Dios.

Pues aquí la madre, con un cargo de conciencia que no veas y pensando cómo sería aquella hada, comenzó a maquinar una manera de solucionar tan delicado tema. Lo primero era saber cómo era esa pócima y eso lo solucioné cuando llamamos a un compañero de clase y, corroborando la versión de María, aseguró que la Pócima la había traido una bruja ( los niños son menos cursis) y que sabía a naranja. Bien por Adriá. Pista fundamental. El sabor.
Dicho esto, me convertí en bruja por una noche y con un poco de zumo de naranja, canela y azúcar, monté una fórmula digna de foto. Con un frasco reciclado y una etiqueta hecha con "lletra lligada" fabricada por una compañera de trabajo, la Pócima estaba lista para la ingesta.

Esa tarde fui como habitual a recoger a María al cole y, sin que ningún compañero lo viera y en el secreto más absoluto, le enseñé la Pócima que la directora de la escuela me había dado después de prometerle mil veces que no se lo diríamos a nadie. ( No fuera a ser que todos los niños quisieran más...).
Tendríais que haber visto su cara. Qué gozada ser tan inocente. Le faltó tiempo para llegar a casa y pegar el trago ( le dije que tenía que beber poco porque me dio miedo que se hubiera estropeado con el calor). A los 5 minutos de tomarla leía que se las pelaba, mayúsculas eso sí, porque las minúsculas no mejoran hasta pasada una semana ;)

En fin, pues eso. ¡ Qué fácil es hacer feliz a un niño! .

(Igual podría fabricar una para cambiar la mente de varios que conozco...)